“…En verdad les digo que el que no reciba
el Reino de Dios como un niño no entrará en él."
Tantas veces te busqué Señor
dudando de que existías,
sin saber que estabas en las cosas sencillas,
en el viento, en las nubes,
en el rocío de la mañana,
en el verde horizonte dibujado en las montañas,
en la lluvia que cae a través de los cristales,
en los animales, en las alboradas
blancas de cada mañana,
en los atardeceres rojos que mueren en la playa,
en las aves que cantan al primer despertar.
Tantas veces te invocó Señor mi voz,
dudando de mi fe,
en el tiempo de la ingratitud y del pecado,
ahogando con lágrimas la infelicidad del alma,
sin saber que ahí estabas tan cercano a mi lado,
clavado en una Cruz recogiendo mis penas,
oyendo mis plegarias
Tantas veces quise hallarte
Señor en las cosas complejas
en el Universo y sus misterios,
en el por qué de las cosas
sin saber que ahí estabas,
en la verdad de las cosas,
en la súplica del pobre,
en el rostro del hambriento,
en el parto de una madre,
en la voz de un amigo,
en la simpleza de la gente,
en el misterio de la muerte,
en los ojos de un niño
Tantas veces te esperé Señor en los caminos
levantando mis cruces, desoyendo al Destino,
sin saber que ahí estabas al final del sendero,
abriéndome tus brazos, perdonando mis culpas
y hoy que te he encontrado al final de mis años,
me hablas de la humildad de las cosas sencillas,
que para llegar a a Ti solo hay que regar el árbol
de la Fe, del Amor y la Esperanza,
que el Amor es lo que cuenta,
lo demás es mentira,
que una oración también es una simple poesía,
que no hay que ser filósofo, ni científico, ni sabio
que solo necesitamos para llegar al Cielo
llevarte en el corazón, volver a ser niños.
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